Una paciente de Salta con hipertensión pulmonar tromboembólica crónica pudo recuperarse y volver a la provincia luego de «la madre de todas las cirugías», que se realizó en el Hospital El Cruce de Buenos Aires según publicó el diario La Nación.
En la intervención, la enfriaron a 18 grados, le quitaron la sangre y, luego de la operación, pudo respirar normalmente.
La enfermedad que llevó a Josefina, de 63 años, a tener que elegir entre “respirar o comer” empezó por un trombo en los miembros inferiores y luego se transformó en una experiencia asfixiante.
Para explicar los hechos de manera sencilla, el coágulo viajó hasta la arteria pulmonar y allí se atascó durante el tiempo suficiente como para que las células de la arteria migren hacia el coágulo y comiencen a colonizarlo. Es decir, la arteria empezó a incorporar al coágulo. O, dicho de otra manera, la arteria de Josefina quedó abrazada a una bomba, describió el periodista Alejandro Horvat.
La paciente padecía una hipertensión pulmonar tromboembólica crónica, y la única manera de romper ese lazo dañino hecho de tejido conectivo era realizar una tromboendarterectomía pulmonar, una cirugía de ocho horas que muchos llaman la “madre de todas las cirugías”. Para extirpar ese tipo de coágulo, los médicos deben ingresar a las arterias pulmonares. Antes, deben llevar al cuerpo a 18 grados, quitarle los cinco litros de sangre e iniciar un paro circulatorio.
El Hospital El Cruce, ubicado en Florencio Varela, provincia de Buenos Aires, es uno de los 40 centros médicos de todo el mundo que realizan la tromboendarterectomía pulmonar, y el único hospital público de la Argentina donde se hace este procedimiento complejo.
Marcelo Nahin es el cirujano jefe del equipo y ya realizó 32 tromboendarterectomías pulmonares. Su conocimiento científico se transforma en un arte salvador cuando debe ingresar a la arteria pulmonar para quitar la obstrucción: “Ahí entra en juego la mano del cirujano”, asegura.
El sistema de refrigeración hizo que el organismo empiece a bajar de 36 hasta 18 grados para alcanzar un estadío llamado hipotermia profunda. De ese modo, cuando llegó el momento de quitarle toda la sangre, el cuerpo de Josefina fue la heladera que protegió sus órganos.
En 1973 Nina Braunwald realizó por primera vez el protocolo de esta cirugía, que evita el trasplante de pulmón, en el Centro Médico San Diego, en California, Estados Unidos. El procedimiento lleva al cuerpo, de manera controlada, a un limbo entre este plano y el otro. Por eso, para poder realizarlo el hospital debe contar con un programa específico que forme profesionales con esa misión, además de la infraestructura y los equipos técnicos que son necesarios para operar.
“En 2014 Machain y yo viajamos a Canadá para estar con Marc De Perrot, el único cirujano que la hace en ese país. Ahí estuvimos en tres cirugías y vimos el preoperatorio. Volvimos a Buenos Aires y la primera cirugía la hicimos el 21 de junio de 2016, a una paciente que se llama Micaela y es de San Luis. Luego hubo otros viajes, uno de ellos a Cambridge para ver operar a David Jenkins, el número dos del mundo en cantidad de cirugías realizadas. El número uno está en San Diego”, agrega Nahin.
El pulmón es un órgano de circulación dual (tiene arterias pulmonares y bronquiales). Cuando se obstruye la arteria pulmonar el órgano empieza a sufrir y comienza a generarse un hiperdesarrollo de la circulación bronquial. De hecho, normalmente las arterias bronquiales aportan el 5% del flujo nutricio del pulmón y con esta enfermedad llegan al 40%. Esto, a su vez, permite que el pulmón no se infarte. “El pulmón pasa a estar semivivo”, explica Nahin.
Como sucede con cualquier músculo, el ventrículo derecho del corazón, que es el que tiene que bombear sangre al árbol pulmonar que se encuentra con los canales tapados, empieza a hipertrofiarse por el esfuerzo, lo que permite que el paciente durante un tiempo tenga muy pocos síntomas. Esta es, según los especialistas, la “luna de miel” de la enfermedad.
Pero, cuando el ventrículo derecho no puede hipertrofiarse más, se empieza a dilatar el corazón. Ahí comienzan los síntomas, el principal es la disnea de ejercicio.
“Los pacientes sienten que no pueden ir al baño porque se agotan. También puede haber síncope o dolor de pecho. La hipertensión pulmonar tromboembólica crónica es una enfermedad subdiagnosticada en todo el mundo porque no se la conoce, es una de las enfermedades poco frecuentes. En el mundo se tarda 14 meses en hacer el diagnóstico. A algunos pacientes que les falta el aire los mandan al psiquiatra, cuando con un simple estudio se puede tener una aproximación muy rápida y es posible sospechar el diagnóstico”, detalla Nahin.
En el quirófano, cuando no quedó una gota de sangre en el organismo, empezó una carrera contrarreloj. Nahin tuvo solo 20 minutos para ingresar a la arteria pulmonar y sus ramificaciones. Por la enfermedad, la arteria central pasó de tener 30 milímetros de diámetro a 45. Mientras que las ramas periféricas tienen solo dos milímetros de diámetro. Para quitar la obstrucción usó una pinza Jamienson.
Luego a Josefina le tocó ingresar en la etapa de recalentamiento, que dura 90 minutos. El calor, que empezó a circular por sus venas, logró una especie de lento despabilar. El corazón, que estaba casi planchado, empezó a latir.
Cuando despertó y le quitaron la asistencia mecánica, respiró con normalidad, algo que no pudo hacer en los últimos 20 años. “Los médicos le decían que tenía asma”, contó Nahin.
Solo ocho días después de esa epopeya quirúrgica, Josefina se subió a un avión y voló a Salta, su provincia, esta vez con sus pulmones cargados de oxígeno.
“S{e que es una operación compleja, pero la vida es muy linda para vivirla a medias y ya ni podía alzar a mi nieto porque me quedaba sin aire. Ahora estoy feliz, hablo con vos y no me agito”, dijo a La Nación.
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